Recuperando lo oral
La palabra escrita fue, tradicionalmente el ámbito de (re)producción de los poderes establecidos y hegemónicos. La escritura perpetuó (y, en ciertos casos, lo continúa haciendo) una imagen ciertamente incompleta —y, por ende, sesgada y distorsionada— de la realidad de una cultura y una época. Los espacios de gestión del conocimiento y la memoria (bibliotecas, archivos, museos) actuaron usualmente como meros instrumentos de ese proceso, o como cómplices (in)conscientes del mismo. Las voces y los pensamientos que no obtuvieron un espacio en los estantes desaparecieron con sus dueños; sólo una minúscula fracción de la realidad humana trascendió mediante el documento escrito.
La tradición popular ha sido totalmente descuidada por bibliotecas y archivos a lo largo de la historia, exceptuando aquellos elementos tradicionales que fueron incluidos en literatura, música clásica o arte académico. El desarrollo de las tecnologías de grabación de sonidos —desde los cilindros de cera desarrollados a fines del s. XIX— permitió el inicio de ciertos trabajos de recuperación de expresiones artísticas y orales desde los marcos de la antropología, la lingüística y la etnología. La aparición y evolución de los medios audiovisuales permitió la mejora de estos registros y la ampliación de sus dominios a la historia, la política y la sociología. La historia oral —un recurso ya empleado parcialmente por Tucídides y Herodoto en la Grecia clásica— fue testigo de un renacimiento a partir de la II Guerra Mundial. Los testimonios de los participantes en los distintos escenarios del gran conflicto permitieron una comprensión distinta —más completa y, a la vez, más compleja— de acontecimientos cruciales, abriendo las puertas a experiencias en otros lugares. Mineros y combatientes españoles, anarquistas franceses, guerrilleros y sindicalistas latinoamericanos, sem-terras brasileños y un número amplio de otras categorías fueron proporcionando apreciaciones alternativas de carácter personal y único, que permitieron enriquecer apreciaciones y comprensiones de acontecimientos puntuales.
Superando limitaciones sexistas y etnocéntricas, el espectro se amplió más tarde con los aportes realizados por la antropología social (comunidades indígenas), la sociología (poblaciones rurales) o los estudios de género y sexualidad. Nacieron así los archivos de historia oral o archivos de la palabra, reservorios que, usualmente separados de las bibliotecas, se ocupan de preservar, organizar y estudiar este valioso acervo intangible.
El desarrollo de los medios digitales de almacenamiento y transmisión de datos flexibilizó el manejo de la información y la organización del conocimiento, incluyendo los soportes sonoros y audiovisuales. Lentamente, la tradición oral ha comenzado a ser incluida en bibliotecas y centros de documentación especializados, y, si bien existe una notable ausencia de capacitación en cuanto a la gestión de ese tipo de saberes, un buen número de recomendaciones internacionales relativas a la diversidad cultural y al patrimonio intangible alientan a la generación y el crecimiento de colecciones que recojan y difundan la oralidad de las diferentes culturas y pueblos. Pues la tradición oral incluye toda aquella experiencia humana sobre la que una persona es capaz de expresarse, y eso incluye un rango amplísimo de conocimientos. El espectro de tipologías de individuos que pueden proporcionar esta categoría de testimonios es, asimismo, muy extenso: abarca todas las edades, sexos, niveles culturales y educativos, orígenes étnicos, corrientes de pensamiento y credos.
En este sentido, lo oral es mucho más inclusivo que lo escrito. Y la riqueza inherente a tal medio resulta más que evidente.
[La fotografía que ilustra este texto corresponde a una diapositiva conservada en el Archivo de la FCD. Fue tomada en la década de los 90 en isla Santa Cruz, y no posee mención de autoría].
Texto e imagen: Edgardo Civallero (edgardo.civallero@fcdarwin.org.ec)
Fecha de publicación: 1 de octubre de 2022
Última revisión: 1 de octubre de 2022